sábado, 12 de julio de 2025

Mi pasíón por la GUITARRA



Son las fiestas patronales en honor de San Roque en Albanchez de un año cualquiera, y a un niño sus padres le han comprado una guitarrita de juguete, en uno de los pocos puestecillos de la plaza. Al niño le gusta tanto, que se la lleva a la cama para dormir. Pobres padres, que todavía compartían habitación. Me recuerdo cantando desde niño, emocionándome con la música en esos viajes a través de la Sierra de Los Filabres. Grabaciones de magnetófono como “La bella Lola”. Era uno de los propósitos para el año que entraba, aprender guitarra, y nunca lo cumplía por miedo a que me aburrieran con escalas, no fuera lo suficientemente constante, diera con un mal docente, o me gastara un dineral en el intento. Tuve suerte cuando finalmente me decidí. Estuve aprendiendo de uno de los mejores, el Maestro Salas, ingeniero de sonido, quien está detrás de mi CD de versiones que editara en 2018, sursum corda. Dos objetos marcaron mi adolescencia:

Mi padre me regaló su Armónica Hohner y su cámara de fotos Kodak Retinette con objetivo Schneider que todo el mundo en las tiendas me decía era muy buena. El las utilizó durante el servicio militar en el Sahara, a principios de los sesenta. Pues bien, me juntaba con amigos a tocar la armónica y en mis excursiones por El Cabo de Gata, cuando aun se podía bordear con el coche, no paraba de hacer fotos. Hoy en día estas dos pasiones me persiguen. La música y la fotografía cogidas de la mano. Disfruto por ejemplo haciendo fotos en conciertos, ahora ya con otra cámara más profesional y desde un punto de vista musical, ya que estoy estudiando guitarra hace unos años.

La Kodak Retinette.

 

Mis padres se trasladaron a Almería cuando yo contaba 9 años...Estudié en El Diocesano (quinto curso), La Salle (EGB) y Las Jesutinas (BUP y COU, amén). Durante el bachillerato en Las Jesutinas, en primero de BUP., me seleccionaron para cantar en el coro entre otros compañeros, que no pasaron la prueba de audición... Me sirvió para aprobar la asignatura de música, después lo dejé. Mi hermana Paqui, si fue más constante, y tocaba la guitarra en Misas rocieras y demás eventos, a los mandos de la Madre Ana María. En la foto aparece junto a un fotógrafo de reconocido prestigio y que ha dado mucho a la fotografía Moderna... ¿Lo reconoces?

El coro de Las Jesutinas.
 

Ah!, no lo he dicho, me llamo Javier Morcillo Padilla, estudié Bellas Artes en la facultad de Valencia en la especialidad de dibujo, y firmo mi obra con el seudónimo, Morx.

No dejes de visitar mi página web, (www.morx.net) y mi canal de youtube, con vídeos mios cantando en pubs y demás garitos. Vivo en Almería, donde trabajo hace varias décadas ya, en una imprenta digital, impredigital.


 

Mi pasíon por el KÁRATE

Siendo niño no acabé de entender por qué los mayores se metían conmigo, los típicos abusicas... pero el caso es que cada vez que venían mis primos de Barcelona a las fiestas patronales de San Roque en Albanchez, me hablaban de Bruce Lee y de las cosas portentosas que era capaz de hacer como ...matar a un hombre con sus propias manos, extraerle las vísceras de un solo golpe con sus dedos...lo normal. Ellos me enseñaron una llave de judo, y cuando la apliqué en una de esas trifulcas infantiles contra el matón del pueblo de manera intuitiva, porque uno tenía cara de bueno, inocente, y había que joderlo, tuve un éxito rotundo que no me creí ni yo, me gané el respeto de los demás. La noticia corrió como la pólvora.

 

Aquí estoy junto a mi Nannen.
No recuerdo cómo pudo caer en mis manos un libro de kárate sin portada, unas hojas solamente, pero que enseñaban a fabricar un makiwara... le tocó a mi abuelo José hacérmelo con una soga de esparto y un listón de madera. A veces me lo recordaba él, "¿te acuerdas cuando hicimos aquello para darle puñetazos...?" y nos partíamos de la risa recordándolo. Le pillé el tranquillo a la mecánica del choku tsuki y al giro del puño al final, como recordará alguna de mis primas que probaron su efectividad. La enciclopedia gran mundo infantil de libros azules que medio pueblo tenía en sus casas, también dedicaba unas páginas en el tomo de deportes a esta disciplina, y unas palabras muy poéticas de Polonio a su hijo Laertes, "guárdate de entrar en una pelea, pero en caso necesario, procura que el oponente, deba guardarse de ti". Me quedaba ensimismado un buen rato viendo sus ilustraciones tan dinámicas y frescas. Wowh!, así es que eso era el kárate... Se había sembrado la semillita.

Junto al sensei José Manuel, en el Kyny, soy el de la derecha.

Cuando nos trasladamos a Almería, yo tendría nueve años, dio la casualidad de que a dos calles de casa, en el barrio, había un gimnasio de kárate estilo Shotokan, el Gimnasio Kyny, en Tirso de Molina. Me apunté, y así pasé mi adolescencia, hice amigos que todavía hoy perduran, y crecí con esos valores de respeto, esfuerzo, sacrificio y cortesía que las artes marciales poseen. Ahora ya no se meterían conmigo, y si lo hacían, sabría responder. Era la época de "kárate kid", la película. Qué fácil era sentirse identificado, y más teniendo un cierto parecido físico con el prota, teniendo la misma supuesta edad. Los estudios me obligaron a dejarlo. Era una época en la que se entrenaba duro, varias horas al día si querías pasar de grado, varios días a la semana. 

En los dojos no se podía hablar durante las clases y el respeto al sensei era incuestionable. Ahora los entrenamientos son distintos, es importante descansar muy bien, y se habla de pliometría, se usan gomas elásticas, se lanzan pelotas contra la pared y se hacen otra serie de cosas raras. Ya del postureo con los móviles ni hablamos.

En mis años universitarios en Valencia continué con la práctica del kárate, las clases eran gratuitas para universitarios, (el sensei era algo fantasmilla), y al mismo tiempo comencé la preparación para las pruebas físicas de alférez de complemento de las milicias universitarias que tendrían lugar en la base de Rabasa. Me puse Jabato entre unas cosas y otras. El servicio militar voluntario en La Legíon, acabaría de ponerme en forma de verdad, fit, fit, fit.

De vuelta a Almería después de mi periplo valenciano, durante mi treintena, en mi etapa laboral, intenté continuar con la práctica de este arte marcial, pero ya no encontraba un gimnasio que tuviera los mismos valores que me inculcaron cuando empezaba, y parecía que ganar medallas o salir en prensa, era más importante que aprender los katas, o el autodesarrollo personal, seguir aprendiendo y creciendo. Parecía que solo se hacía hincapié en los aspectos del kumite, nada o poco de kihon. Si, todos sabéis a quién me refiero, había un doble lenguaje, por una parte muy moderno, pero por otra, medieval en sus métodos. El mae geri, la patada frontal, se puede hacer con keage, si es en plan snap latigazo, o con kekomi, metiendo cadera en profundidad. Pues bien, a este sensei mediático no le gustaba el mae geri keage, como así me demostró mientras hacíamos kihon, lanzándome un mae geri kekomi y diciendo que lo que me habían enseñado tiempo atrás (el mae geri keage), no servía para nada. Perdone sensei, solo son dos formas diferentes de hacer una misma patada. Cuando los alumnos están practicando repetidamente los ejercicios, haciendo kihon, se encuentran desprotegidos, ya que no se espera de ellos respuesta ante un ataque, sino la depuración de la técnica. Así las gastaba, y así me aburrí, como tantos muchos otros cinturones negros que aparecían, y desparecían al día siguiente.

 

Aprender guitarra, publicar un CD de versiones, diez años aprendiendo idiomas, la fotografía, tener otra clase de hobies, de ocupaciones, me hizo alejarme del kárate, pero siempre estuvo ahí en mi mente. Durante las clases de guitarra pensaba en el kárate... el ser humano, ese eterno insatisfecho que siempre quiere lo contrario. Durante la pandemia, me dió por comprar libros para suplir esa falta y pensaba... no voy a volver a las clases con un tapabocas en la cara, es humillante, la dichosa mascarilla.  

En esta última etapa "senior", (porque el chollo fue encontrar de manera fortuita -información en el buzón- un lugar cerca de casa donde practicarlo sin competir, modo soft), en la asociación de vecinos Mediterráneo Oliveros, disfruté y me divertí mucho. Fueron dos años y medio de recordar cosas, de recuperar lo aprendido y afianzarlo... pero de nuevo, un parón, la falta de continuidad, amenazaron con  arruinar lo aprendido, de dejar de regar esa planta de la que hablaba el Maestro Nakayama en sus libros. Me queda la tranquilidad de haberlo dado todo dentro de mis posibilidades, como lo atestiguan las únicas dos faltas de asistencia a clase en todo ese tiempo, y las latas de aquarius que me salvaron de alguna que otra "pájara", por no hablar del karategi, empapado de sudor. Había una falta de objetivos y de metas, de motivación, que hicieron que el castillo de naipes se desplomara, la espiral de la monotonía cuando pensaba... "lunes, otra vez a golpear con el codo una esponja" (el pao). Odio la corta distancia. El hecho de realizar una actividad física por el hecho en si no me llenaba, sabía que podía aspirar a algo más. No conseguía pasar de nivel, subir otro peldaño, nunca se habló de examen, mala señal, no debía hacerlo tan bien. El cinturón verde seguía estando más verde que nunca. Al menos le vencí el miedo a esa transición entre una larga etapa sin practicarlo, son clases de un entrenamiento intensivo, y retomarlo aunque fuera de manera más "superficial", ya con mi edad.


Durante e taller de Kobudo

U
na última aproximación al kobudo en el gimnasio body sport a través de un taller de una mañana a cargo del sensei Juan Antonio Quirós Martínez, me hizo ver que hay un amplio abanico de posibilidades. Me hizo ver de nuevo la luz al final del túnel... Kárate-do, el camino del kárate... CONTINUARÁ, espero y supongo, si el calor, y las obligaciones familiares, me lo permiten.